Jean Larser


 Me acuerdo de mi primer libro gordo y sin dibujos. La Isla del Tesoro, de Stevenson. Recuerdo que leía sentado en el porche del caserío, bajo la lluvia, sobre un cojín con las piernas cruzadas, tocándome los dedos de los pies y leyendo hasta que se hizo tarde y mi abuela encendió el farol de la entrada. 

Un día, hablando con Dolores Redondo, recordamos que no tuvimos buenos maestros en la escuela, salvo dos o tres, de literatura. 

Y nos mandaban redacciones como deberes. (Los únicos deberes que nos gustan, no?)

—Tenéis que escribir una redacción sobre las vacaciones de verano. Y tenéis que rellenar la ficha por las dos caras. Valdrá para la nota del trimestre y la mejor la leerá su autor en el encerado.

Mientras se levantaban varias manos para preguntar, matizar y negociar, pensé en ese verano y de qué trataría mi redacción. Acababa de leer "Tiburón", de Peter Benchley, y acariciaba la idea de escribir sobre algún bicho grande y feroz, pero luego caí en la cuenta de que eso no eran las vacaciones del verano, así que al final escribí, del tirón y en primera persona, sobre la tarde en que fuimos mis amigos y yo a las vías a ver lo que había quedado de Don Lázaro, un profesor mayor que se había tirado al tren porque, dijeron después, estaba perdiendo la memoria. 

Encontramos parte de su dentadura.

Escribí la redacción en casa para entregarla al día siguiente y no la conservo, como tantas otras cosas perdidas, libros perdidos, cuadernos perdidos, y amigos perdidos, por los cambios y por la muerte. Pero recuerdo una de las frases de aquel texto que decía así: "Ninguno sabía qué encontraríamos; si el alma de Don Lázaro, sin resucitar; o un trozo de su memoria perdida; o un pedazo de su cuerpo".

Soy partidario del reciclaje de frases. Aconsejo a todos mis pupilos del ASESORAMIENTO tener una carpeta en su googledrive titulada CARPETA DE RECORTES. Y esta frase, en otras formas, la he usado varias veces.

A la semana siguiente, el profe, Don Faustino, nos entregó las fichas con la nota en rojo en una esquina. Se detuvo en mi mesa, me miró, dejó la ficha con un nueve grande y rojo delante y solo dijo:
—Te ha tocado.

Y aquella tarde leí en voz alta para toda la clase mi redacción de una aventura de verano, y me sentí bien. 

Sentí el poder que da contar historias y mantener a los espectadores y los lectores pendientes de tus palabras. Lo sentí y supe por fin qué era lo que quería ser de mayor: Escritor.

Y lo acabé siendo, lo he sido en muchas formas: 

Concursando en concursos de relatos cortos, escribiendo guiones de cómics y tebeos como la abeja maya o el oso de la casa azul, guiones para documentales, para cortometrajes. Como redactor en revistas especializadas (Hasta llevando el horóscopo diario). En publicidad y marketing como redactor publicitario de anuncios y ventas, para vallas, folletos, catálogos, emails y webs. Como editor, corrector y escritor por encargo para editoriales. Como negro literario o escritor sin firma para otros escritores (Algún famoso). 

Escribiendo relatos, guiones, anuncios, cartas de venta, pies de foto, libros de empresa y marketing, libros de no ficción sobre esoterismo, naturismo, y mil materias, y novelas. Novelas de fantasía, históricas, policíacas o thrillers, de terror, románticas...

¿Te ha cundido?, me preguntarás. 

Bueno, como dijo Terry Pratchett, escribir es lo más divertido que se puede hacer sin compañía, y después de follar. Así que me lo he pasado muy bien todo estos años. No tengo mansiones ni coches de lujo, no me gustan. Mi familia ha comido todos los días, tenemos alrededor de 5000 y pico libros, he viajado tanto como para odiarlo ahora, y he sido feliz. 

Y siempre he aprendido de los mejores.

Me recuerdo a mí mismo con dieciocho años, cuando viajaba por trabajo, por todo el norte de españa. Con una novela escrita a máquina en una carpeta ancha y azul, de aquellas de cartón y gomas. 

Aprovechaba para investigar donde vivían los escritores que me gustaban. visitando a todos que había logrado localizar en tres provincias distintas. Me plantaba en su casa, por las tardes, para charlar con ellos con la simple frase de "Hola, admiro mucho lo que escribe y quiero ser escritor, tengo cosas que contar y creo que sé cómo hacerlo, pero me falta algo y quería robarle un poco de tiempo e invitarle a uno o dos cafés". 

Con vergüenza, ni se come ni se almuerza.

Así conocí a muchos de ellos, ya muertos todos. A la hippy descalza, al vasco cabronazo... Me recibieron y prometieron leerme mientras me daban consejos. Años después, en Nueva York, aprendí muchísimo más sobre el arte de escribir, en seminarios exclusivos y foros y cursos dedicados.

Uno sabe que alguien fue su maestro cuando pasa el tiempo y las ideas de aquel siguen presionando y vigilando las propias. He tenido la suerte de contar con varios, y a veces los siento en mis textos; cuando cambio el registro, cuando me detengo en un párrafo que sé que no funciona porque no empuja la historia ni llama la atención o crea el interés para seguir leyendo. Siento a los maestros cuando borro y guardo. Y cuando publico.

Y si quieres, puedo ser el tuyo.
Actualmente y con 60 años, asesoro personal y confidencialmente a varios escritores.

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Sabrás lo que puedo hacer por ti y por tus obras.

Gracias por estar ahí, al Otro Lado.

Jean




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